Los apegos

Los apegos a las cosas materiales, personas, instituciones, pensamientos, sentimientos y los movimientos espirituales interiores. Insisto. Se dan casos en los que la persona está tan apegada a algo que cree llenarla plenamente, que resulta aconsejable no enfrentarla, más bien entenderla.



Una vez se descubre que es una patología, entonces puede iniciarse un proceso para que la persona afectada descubra por ella misma, que no es posible un discernimiento serio sobre el problema que la afecta, sin renunciar a esos apegos. Los apegos son tan variados como diversos: a los hijos, a los esposos o a las esposas, a los bienes, a los puestos, la lista es interminable. Los apegos en modo alguno contribuyen a un verdadero crecimiento espiritual.

La experiencia demuestra que estos apegos son causa eficiente de una esclavitud que no deja avanzar en el camino de la fe y de la verdadera entrega. San Ignacio recomienda para alejarse de los apegos que nos esclavizan, “hacernos indiferentes, disponibles a todas las cosas creadas de tal manera que no queramos de nuestra parte, en lo que de nosotros depende, más riqueza que pobreza, honor que deshonor”.

Es hacerse indiferente, aceptando la voluntad de Dios, que siempre puede coincidir con nuestras inclinaciones o deseos. Se trata de la voluntad de Dios, que es pacifica, que nos alegra, que nos lleva a dar gracias, que nos lleva a abrir el corazón a los demás.



Son signos que tienen el sello inconfundible de Dios; y aunque nos tilden de conformistas, alejarnos de aquellas cosas que nos entristecen, turban, producen angustia, traen temor y hacen que nos encerremos en nosotros mismos.

Con razón se dice “que los apegos impiden reconocer la esencia espiritual y descubrir que la verdadera felicidad se encuentra solamente en el interior; estos, convertidos en ídolos mantienen separados a unos de otros y en realidad, alejan cada vez más del amor y la intimidad que se busca en la vida”.